El memorial del reo
TERCER PREMIO DE RELATO
CATEGORÍA: BACHILLERATO
Zebensui Semidán Vega Santana, 2º de BACHILLERATO. IES JOSÉ ARENCIBIA GIL
Espero que el lector a cuyas manos ha llegado este manuscrito se apiade del alma de un bastardo badulaque como yo.
Encuéntrome encerrado cual roedor de alcantarilla en una celda de piedra y hierro a causa de unos hechos de los cuales no soy causante y espero que quien quiera que lea esto, crea de mi inocencia.
Desperteme hace unas semanas en una cantina toledana de mala muerte de la cual aqueste botarate, era cliente asiduo pues hallaba gran gozo en los placeres que ahí encontraba por unos pocos reales de plata.
Tan grandes fueron mis vicios la noche anterior que quedeme traspuesto sobre la encimera del mozo, el cual, al ser amigo mío, que no por afecto sino por el rédito que yo le administraba, agarrome cual fornido porquero y arrojome al frío barro de la vereda.
De súbita manera desperteme arrastrado del mundo onírico por la lengua de un callejero chucho el cual olió en mí la posibilidad de una paupérrima cena. Postreme, aún con los cuartos traseros, en el frío barro apartando al perro mientras limpiábame la cara de sus babas y, alzándome tambaleante, decidí dar la velada por rematada dirigiéndome con paso impreciso al lugar al que yo llamaba hogar, seguido de los pasos de un peludo cuadrúpedo canino el cual ni conocía, ni me interesaba conocer, pues conmigo ya había suficientes vagabundos empulgados en mi vivienda.
Pasada casi una hora, llegué a las puertas de mi casa. En el estado en el que encontrábame, suerte tuve para hallar la puerta de mi vivienda aunque, para extrañeza mía, el chucho que me acompañaba parecía conocer mejor el camino que yo mismo, y aporreé fuertemente la puerta.
Lo que llamaba hogar era una antigua casa de doble planta heredada por mi esposa tras la muerte de mis suegros, «que dios los tenga en la gloria», así como a Sofía, mi esposa. ¡Oh Sofía! Cuánto lo siento, ojalá aquella fatídica noche no hubiera llegado nunca de por sí a nuestras escasas vidas. ¿Habrase visto alguna vez mujer tan cordial, sumisa y dedicada para con sus quehaceres hogareños y para con su esposo? Pocas fueron las contrariedades que ella me hizo sufrir, pocas fueron las golpizas necesarias para enderezarla y tras cada una de ellas volvía, cuanto menos, sonriente a complacerme fielmente. Siempre esperábame hasta el alba para abrirme la puerta, pues era común en mí, durante la farra, perder las llaves de la entrada.
Toqué a la puerta de la casa sin recibir respuesta alguna. Fijeme en las ventanas de la segunda planta, ni una sola luz, ni vela, ni movimiento lograba diferenciar entre las sombras. ¿Habríasequedado dormida? Furioso golpeé de nuevo la puerta «¡¡Abre presta, Sofía!!», grité iracundo. «¡¡Abre o cuando logre entrar, sabrás cuanto menos lo que es la diligencia!!».
Necio de mí, pensé que mi esposa encontrábase airada por mis coloquios nocturnos, por lo que esta creyó propicio dejarme fuera con los perros, los vagabundos y demás fauna urbana.
Abandoneme a la ebria ira, aporreando una y otra vez la puerta, mas nadie abría. Desistí en mi propósito y decidí circundar el terreno. «Quizá, díjeme a mí mismo, la puerta trasera encuéntrase abierta».
El chucho perseguíame por los alrededores olfateando el húmedo suelo hasta que de golpe y porrazo el peludo canino corrió como alma que lleva el diablo, ladrando estruendosamente hasta que parose de repente, ladrando con la cola erizada como una escarpia ante la puerta de la entrada a la casa en nuestro pequeño jardín trasero. La puerta encontrábase destrozada, arrancada de los goznes, en el suelo del jardín. ¿Quien podría haberla arrancado de tal manera?
El chucho, alertado, seguía ladrando al vano mientras yo retrocedía un paso ¿Zafios mangantes? ¿Bandidos? Cuantiosas ideas pasaron en ringlera por mi cabeza. «¡Verriondos holgazanes!», grité a la oscuridad con voz temblorosa y beoda. «Seas quien seas, hombre o mujer, mal lugar has elegido invadir, poca cosa encontrarás aquí más que tu posible nicho».
Ni una respuesta recibí de la oscuridad. El ruidoso chucho, mostrando el mismo grado de sensatez que yo, lanzose dentro de mi casa rápido como una flecha. Y yo, no queriendo ser menos, decidí seguirle. El interior encontrábase tan oscuro que si el mismo averno hubierase encontrado tras el marco, solo habríame dado cuenta de ello por el olor a rancio. Un escalofrió recorrió mi cuerpo y hallé la necesidad de encontrar claridad lo antes posible. Rememoré que Sofía siempre dejaba un candil junto a algunos cerillos en algún mueble del pasillo de la entrada trasera, así que, con paso incierto y ciego cual topo, tanteé con la mano por los alrededores hasta encontrar un pequeño mueble encajonado donde encontré el salvador de mis necesidades lumínicas.
Encendí con inquietud el candil y pareciome que las sombras a mi alrededor huían entre susurros de la débil luminiscencia mostrándome con recelo aquello que pretendían ocultar. Percateme de pronto de que la casa encontrábase en completo silencio para extrañeza mía, pues no escuchábanse ni ladridos ni gruñidos del pulgoso. Adentreme más aún, decidido a poner fin a esta noche toledana rodeándome de tinieblas hasta que de pronto un fuerte golpe escuchose desde la segunda planta justo encima de mi despoblada cabellera.
Precipiteme piso arriba esperando la peor de las desdichas hasta que llegué sin resuello a la puerta de la alcoba que compartía con mi esposa y pude ver, consternado, que a los pies del tálamo, encontrábase mi esposa desprovista de ropaje alguno, bañada de rojo por las heridas ocasionadas en su pecho a manos de una figura desastrada que, portando un puñal en sus manos, continuaba con su rítmica labor enterrando la hoja de tal manera en Sofía que atravesaba su cuerpo hasta tocar con su aguzado filo el suelo de madera.
«Monstruo oriundo del averno», dije. «¿De donde has salido tú, diablo?».
La figura mirome ferozmente al pronunciar esta última palabra como si esta fuera su nombre siendo sus ojos rojizos lo único que pude vislumbrar de su cara en la temblorosa penumbra. Aterrado retrocedí mientras ese ser encapuchado alzábase en sus seis pies de altura. La bestia, al darse cuenta de mi cometido de huida, lanzose sobre mí alzando el terrible puñal aún manchado con la sangre de Sofía.
Paralizado ante tal criatura, trastabillé a la vez que cubríame el rostro del filo que esgrimía esa bestia mientras notaba cómo su acero laceraba mi antebrazo, cayendo yo con un ahogado grito en el suelo de mi alcoba. La oportunista criatura saltó sobre mí y forcejeé con la maldita bestia mientras esta intentaba hundir su hoja en mi corazón.
Dime cuenta entonces, debido al ligero calor que llenaba la estancia, de que el candil habíaseme caído de mi mano y su llama, liberada y contrariada por su anterior reclusión, quemó ferozmente el suelo y los cortinajes. Pensaba yo que un horroroso final esperábame, hasta que un milagro cobró vida ante mis ojos.
Esa noche, ante tales pormenores, supe que Dios estúvome observando y, sapiente él, mandome un ángel, pero no uno bañado en lustrosa plata, sino uno famélico y con más pulgas que pelo. El ser bramó con su gutural voz y apartose de mí de un salto forcejeando con el pulgoso, el cual, siendo un chucho ventajero, prevalió la ocasional distracción de aquel demonio, lanzándose sobre él y librándome de su abrazo.
Arrastreme cual oruga hasta llegar la entrada a mi alcoba tosiendo a causa de la humareda. Logré erguirme apoyándome en la puerta y mirando de nuevo hacía el interior de la habitación pude distinguir entre el fuego las sombras de la bestia y el chucho que tan fielmente habiame salvado la vida hasta que la suya propia fue sesgada por el filo de la bestia, la cual al acabar con ella se precipitó hasta la entrada en busca de mi sangre.
La ya de por si carcomida madera, estando cansada del peso que sostenían y debilitada por el fuego que recorría su superficie, decidió dar fin a su impagado servicio cediendo, para mis alegrías, bajo el peso de la bestia y cayendo esta última al piso inferior entre fuegos, cenizas y humo. Hui cual miedoso conejo hasta el lugar por el que entré justo a tiempo para poder ver cómo la casa derrumbábase sobre sus cimientos mientras ardía iluminando los cielos como una gran antorcha.
Espero, sabiendo que alguien más conoce de la verdad plasmada en este manuscrito sobre lo sucedido aquella aciaga noche, poder descansar tras mi prematura muerte a manos del frío filo del verdugo.