El memorial del reo

El memorial del reo

TERCER PREMIO DE RELATO
CATEGORÍA: BACHILLERATO
Zebensui Semidán Vega Santana, 2º de BACHILLERATO. IES JOSÉ ARENCIBIA GIL


 Espero que el lector a cuyas manos ha llegado este manuscrito se apiade del alma de un bastardo badulaque como yo.

Encuéntrome encerrado cual roedor de alcantarilla en una celda de piedra y hierro a causa de unos hechos de los cuales no soy causante y espero que quien quiera que lea esto, crea de mi inocencia.

Desperteme hace unas semanas en una cantina toledana de mala muerte de la cual aqueste botarate, era cliente asiduo pues hallaba gran gozo en los placeres que ahí encontraba por unos pocos reales de plata.

Tan grandes fueron mis vicios la noche anterior que quedeme traspuesto sobre la encimera del mozo, el cual, al ser amigo mío, que no por afecto sino por el rédito que yo le administraba, agarrome cual fornido porquero y arrojome al frío barro de la vereda.

De súbita manera desperteme arrastrado del mundo onírico por la lengua de un callejero chucho el cual olió en mí la posibilidad de una paupérrima cena. Postreme, aún con los cuartos traseros, en el frío barro apartando al perro mientras limpiábame la cara de sus babas y, alzándome tambaleante, decidí dar la velada por rematada dirigiéndome con paso impreciso al lugar al que yo llamaba hogar, seguido de los pasos de un peludo cuadrúpedo canino el cual ni conocía, ni me interesaba conocer, pues conmigo ya había suficientes vagabundos empulgados en mi vivienda.

Pasada casi una hora, llegué a las puertas de mi casa. En el estado en el que encontrábame, suerte tuve para hallar la puerta de mi vivienda aunque, para extrañeza mía, el chucho que me acompañaba parecía conocer mejor el camino que yo mismo, y aporreé fuertemente la puerta.

Lo que llamaba hogar era una antigua casa de doble planta heredada por mi esposa tras la muerte de mis suegros, «que dios los tenga en la gloria», así como a Sofía, mi esposa. ¡Oh Sofía! Cuánto lo siento, ojalá aquella fatídica noche no hubiera llegado nunca de por sí a nuestras escasas vidas. ¿Habrase visto alguna vez mujer tan cordial, sumisa y dedicada para con sus quehaceres hogareños y para con su esposo? Pocas fueron las contrariedades que ella me hizo sufrir, pocas fueron las golpizas necesarias para enderezarla y tras cada una de ellas volvía, cuanto menos, sonriente a complacerme fielmente. Siempre esperábame hasta el alba para abrirme la puerta, pues era común en mí, durante la farra, perder las llaves de la entrada.

Toqué a la puerta de la casa sin recibir respuesta alguna. Fijeme en las ventanas de la segunda planta, ni una sola luz, ni vela, ni movimiento lograba diferenciar entre las sombras. ¿Habríasequedado dormida? Furioso golpeé de nuevo la puerta «¡¡Abre presta, Sofía!!», grité iracundo. «¡¡Abre o cuando logre entrar, sabrás cuanto menos lo que es la diligencia!!».

Necio de mí, pensé que mi esposa encontrábase airada por mis coloquios nocturnos, por lo que esta creyó propicio dejarme fuera con los perros, los vagabundos y demás fauna urbana.

Abandoneme a la ebria ira, aporreando una y otra vez la puerta, mas nadie abría. Desistí en mi propósito y decidí circundar el terreno. «Quizá, díjeme a mí mismo, la puerta trasera encuéntrase abierta».

El chucho perseguíame por los alrededores olfateando el húmedo suelo hasta que de golpe y porrazo el peludo canino corrió como alma que lleva el diablo, ladrando estruendosamente hasta que parose de repente, ladrando con la cola erizada como una escarpia ante la puerta de la entrada a la casa en nuestro pequeño jardín trasero. La puerta encontrábase destrozada, arrancada de los goznes, en el suelo del jardín. ¿Quien podría haberla arrancado de tal manera?

El chucho, alertado, seguía ladrando al vano mientras yo retrocedía un paso ¿Zafios mangantes? ¿Bandidos? Cuantiosas ideas pasaron en ringlera por mi cabeza. «¡Verriondos holgazanes!», grité a la oscuridad con voz temblorosa y beoda. «Seas quien seas, hombre o mujer, mal lugar has elegido invadir, poca cosa encontrarás aquí más que tu posible nicho».

Ni una respuesta recibí de la oscuridad. El ruidoso chucho, mostrando el mismo grado de sensatez que yo, lanzose dentro de mi casa rápido como una flecha. Y yo, no queriendo ser menos, decidí seguirle. El interior encontrábase tan oscuro que si el mismo averno hubierase encontrado tras el marco, solo habríame dado cuenta de ello por el olor a rancio. Un escalofrió recorrió mi cuerpo y hallé la necesidad de encontrar claridad lo antes posible. Rememoré que Sofía siempre dejaba un candil junto a algunos cerillos en algún mueble del pasillo de la entrada trasera, así que, con paso incierto y ciego cual topo, tanteé con la mano por los alrededores hasta encontrar un pequeño mueble encajonado donde encontré el salvador de mis necesidades lumínicas.

Encendí con inquietud el candil y pareciome que las sombras a mi alrededor huían entre susurros de la débil luminiscencia mostrándome con recelo aquello que pretendían ocultar. Percateme de pronto de que la casa encontrábase en completo silencio para extrañeza mía, pues no escuchábanse ni ladridos ni gruñidos del pulgoso. Adentreme más aún, decidido a poner fin a esta noche toledana rodeándome de tinieblas hasta que de pronto un fuerte golpe escuchose desde la segunda planta justo encima de mi despoblada cabellera.

Precipiteme piso arriba esperando la peor de las desdichas hasta que llegué sin resuello a la puerta de la alcoba que compartía con mi esposa y pude ver, consternado, que a los pies del tálamo, encontrábase mi esposa desprovista de ropaje alguno, bañada de rojo por las heridas ocasionadas en su pecho a manos de una figura desastrada que, portando un puñal en sus manos, continuaba con su rítmica labor enterrando la hoja de tal manera en Sofía que atravesaba su cuerpo hasta tocar con su aguzado filo el suelo de madera.

«Monstruo oriundo del averno», dije. «¿De donde has salido tú, diablo?».

La figura mirome ferozmente al pronunciar esta última palabra como si esta fuera su nombre siendo sus ojos rojizos lo único que pude vislumbrar de su cara en la temblorosa penumbra. Aterrado retrocedí mientras ese ser encapuchado alzábase en sus seis pies de altura. La bestia, al darse cuenta de mi cometido de huida, lanzose sobre mí alzando el terrible puñal aún manchado con la sangre de Sofía.

Paralizado ante tal criatura, trastabillé a la vez que cubríame el rostro del filo que esgrimía esa bestia mientras notaba cómo su acero laceraba mi antebrazo, cayendo yo con un ahogado grito en el suelo de mi alcoba. La oportunista criatura saltó sobre mí y forcejeé con la maldita bestia mientras esta intentaba hundir su hoja en mi corazón.

Dime cuenta entonces, debido al ligero calor que llenaba la estancia, de que el candil habíaseme caído de mi mano y su llama, liberada y contrariada por su anterior reclusión, quemó ferozmente el suelo y los cortinajes. Pensaba yo que un horroroso final esperábame, hasta que un milagro cobró vida ante mis ojos.

Esa noche, ante tales pormenores, supe que Dios estúvome observando y, sapiente él, mandome un ángel, pero no uno bañado en lustrosa plata, sino uno famélico y con más pulgas que pelo. El ser bramó con su gutural voz y apartose de mí de un salto forcejeando con el pulgoso, el cual, siendo un chucho ventajero, prevalió la ocasional distracción de aquel demonio, lanzándose sobre él y librándome de su abrazo.

Arrastreme cual oruga hasta llegar la entrada a mi alcoba tosiendo a causa de la humareda. Logré erguirme apoyándome en la puerta y mirando de nuevo hacía el interior de la habitación pude distinguir entre el fuego las sombras de la bestia y el chucho que tan fielmente habiame salvado la vida hasta que la suya propia fue sesgada por el filo de la bestia, la cual al acabar con ella se precipitó hasta la entrada en busca de mi sangre.

La ya de por si carcomida madera, estando cansada del peso que sostenían y debilitada por el fuego que recorría su superficie, decidió dar fin a su impagado servicio cediendo, para mis alegrías, bajo el peso de la bestia y cayendo esta última al piso inferior entre fuegos, cenizas y humo. Hui cual miedoso conejo hasta el lugar por el que entré justo a tiempo para poder ver cómo la casa derrumbábase sobre sus cimientos mientras ardía iluminando los cielos como una gran antorcha.

Espero, sabiendo que alguien más conoce de la verdad plasmada en este manuscrito sobre lo sucedido aquella aciaga noche, poder descansar tras mi prematura muerte a manos del frío filo del verdugo.

Adolescencia

Adolescencia

TERCER PREMIO DE RELATO
CATEGORÍA: ESO
Oliver Gabriel Díaz Hernández. 4º de ESO. COLEGIO MARPE


Una tarde de primavera Marcos quiso hacer una reflexión y, sentado frente a su ordenador de trabajo, se hizo la siguiente pregunta:

—¿Qué había pasado de relevante durante sus quince años de vida?

La verdad es que se había sentido privilegiado. Había tenido el honor de practicar varios deportes: karate, tenis de mesa, pádel, fitboxing y, últimamente, se había decantado  por el boxeo.

No sabía cómo, pero había establecido una rutina en su día a día. Se levantaba temprano, ducha fría y desayuno proteico. Luego sin pensárselo, caminando llegaba al colegio donde estudiaba. Normalmente con buen ánimo, aunque hacía unos días, y si lo pensaba hacía ya algún tiempo, que se notaba distinto.

Digamos que su manera de procesar no era la misma. No entendía bien las preguntas y aún menos las respuestas. Interpretaba mal determinadas actuaciones. Los sentimientos golpeaban su mente sin claridad y la información o el exceso de ella lo bloqueaban. Sus días transcurrían, pero él ya no. Todo esto hacía de él otro yo. Quizás había idealizado sus expectativas y sobre el terreno nada era como parecía.

Había vivido siempre acompañado de sus hermanos, algunas veces protegiéndolos por ser el pequeño y otras intentando ser escuchado, pero, eso sí, nunca ignorado. Por eso mismo adoraba a sus amigos. Solía reírse y analizar todo como cualquier adolescente.

Para sincerarse con él mismo, había un tema que le parecía más serio: no le gustaba la ligereza con la que hablaban ellos; por eso, él los había tenido al margen. Recordó las palabras que siempre le decía su madre: ‘‘respeto’ y ‘’sinceridad’, que así calificaba el amor; por eso, las bromas en este asunto estaban fuera de lugar. Creía estar enamorado, pero le asaltaban las dudas. ¿Sería amor verdadero?

El brillo de su melena, esa timidez mezclada con altanería. Ese despiste y a la vez esfuerzo e interés a la hora de estudiar, lo tenían absorto durante las horas de clase. Lo pensó mejor, Emma era especial, pero… ¿Era amor? Digamos que todas estas actuaciones y razonamientos eran propias de sus quince años, aunque… ¿Qué faltaba? ¿Qué lo turbaba? En definitiva, ¿qué nublaba su avance?

Sin respuestas llegó la noche y al amanecer del día siguiente lo primero que hizo fue abrir la ventana.

Su ventana daba a la bahía. Observó el horizonte lejano, pero alcanzable. Sobre el mar, veleros de diferentes categorías, enormes cruceros, yates, diminutos pesqueros y algunos óptimis de alguna escuela náutica. Se fijó en el oleaje, constante, rítmico balanceando y permitiendo el avance de los barcos. Un avión buscaba su destino cruzando el aire.

Varios transeúntes con diferentes misiones caminaban, corrían o simplemente estaban en las calles. En ese momento llamó su atención el vuelo rasante de una bandada de pequeñas golondrinas. Y sin saber cómo, el futuro de un mundo lleno de esperanzas y respuestas estaba ante él.

«Sólo hizo falta un gesto para difuminar sus dudas: abrir la ventana».

Abby

Abby

SEGUNDO PREMIO DE RELATO
CATEGORÍA: BACHILLERATO
Paula Artiles Sánchez, 2º CFGS Agencias de viajes y gestión de eventos. CEIP SAN CRISTÓBAL


[Se recomienda escuchar con la canción In The Start – Benson Boone. ]

Desde que vi en la caja esa carta que había hecho cuando tenía ocho años con el título «Para la Abby del futuro», tuve la necesidad de escribirte para contarte cómo han cambiado las cosas por aquí desde ese tiempo y creo que es el momento de contártelo.

Para la pequeña Abby, que era feliz con sus dos coletas, sus vestidos de miles de colores y veía Brave con un cuenco lleno de palomitas los sábados por la noche. Es el momento que te muestre cómo has crecido durante estos años.

¿Te acuerdas que Axel y Rhys querían ir a la universidad de Los Ángeles? Pues lo consiguieron, eso hacía que uno o dos fines de semana fuéramos hasta allí, ya fuera para pasarlo en familia o para ver algún partido de baloncesto del equipo de Rhys.

Pasado un tiempo, te diste cuenta que ellos tenían su vida allí y que tú empezabas a hacerla ahora que ellos no estaban porque las cosas en casa eran igual: papá y mamá seguían yendo por la mañana y volvían por la noche de sus respectivos trabajos; empezaste a echar de menos los maratones de películas que hacíamos los viernes por la tarde, ir a molestar a Axel cuando sabías que tenía un examen importante al día siguiente o cuando Rhys traía un chupetón y te reías de él para que papá le echara la bronca, pero lo que más extrañamos era poder hablar con ellos cuando alguien se reía de ti en clase o porque un chico te había dicho que no, sus abrazos, bromas… Eso fue lo peor que llevabas.

A lo largo de la etapa en el instituto, te diste cuenta de que las personas cambian y no siempre estarán ahí como tú esperabas que estuvieran, pero a veces, cuando menos te lo esperas, aparecen las que estarán contigo durante toda tu vida. Te hablo de Heather y Leah, a las que conociste por casualidad pero, Abby, qué bonita casualidad porque cuando estás con ellas puedes ser tú misma y no sabes lo bien que nos sienta eso, [te voy hacer un pequeño spoiler de nuestra vida ahora: vivís las tres juntas en Los Ángeles].

Como leíste antes, «si Los Ángeles», sé que querías estudiar derecho en New York como papá, pero la vida da muchas vueltas y terminaste aquí, estudiando periodismo, ¡como has cambiado!, ¿verdad? Te explico cómo llegaste a esta carrera, es muy sencillo:

Con la marcha de los gemelos, y viendo que no podías contar con alguien para hablar, empezaste a expresarte escribiendo y lo cogiste como una vía de escape, pero con el tiempo viste que haciéndolo eras feliz, pues veías que a través de esas palabras eras tú y que tu camino podía seguir siendo escritora: por eso, te apuntaste a diferentes concursos, ya fueran del instituto, Internet o del periódico local y ganaste muchos de ellos, pero lo que te llevó hasta aquí fue el comentario de mamá, cuando dijo «Abby, cuando escribes eres feliz, eres tú, no dejes de hacerlo nunca». Ella no solía decirnos estas cosas, por eso fue el empujón que necesitábamos para llegar.

Te voy hacer otro pequeño spoiler: estoy en mi despacho esperando para la firma de nuestro primer libro, se llama Todo pasa por algo, para que veas todo lo que has logrado en este tiempo.

Ahora llegamos al punto más interesante de tu pequeña vida: el amor. La verdad es que los últimos años del instituto estuviste con un chico, pero no era como creías y te costó confiar en otros hasta que llegó él.

Lo conociste en la cafetería en la trabajaste tu primer año de universidad. Te hacía gracia porque siempre te pedía lo mismo: un «latte grande con un trozo de brownie»; se llamaba Andy y con él sentiste lo que es el amor que tanto leíamos de pequeñas. Tuviste tus peleas con él, como toda pareja, pero lo bueno es que no duraban mucho porque, bien eras tú la que aparecía en su casa o era él el que venía a la tuya.

Con él fueron tus primeras veces, tu primera vez, tu primer viaje sola, tu primer tatuaje, tu primera fiesta, pero te puedo asegurar que seguirá viniendo a las demás… ¿Podemos contar esto último como otro spoiler? Yo creo que sí.

Seguramente encontraré esta carta dentro de… no sé… ¿cuatro, diez años? Para la Abby que la vea, solo quiero decirle un par de cosas antes de guardar esta carta: vive, sé tú misma, vive por ti y no por lo que los demás quieran, porque eso lo hicimos en un pasado y nos dimos cuenta que no era lo mejor para nosotras.

Disfruta del tiempo que pases con tu familia, con tus amigos, con tu pareja, porque todo pasa y no nos damos cuenta, y quédate con algo de cada uno de ellos porque a lo largo del tiempo lo recordarás y nos saldrá una sonrisa tonta, y eso es lo que vale.

Y por último: viaja, escribe, baila en medio de la calle, aprende un idioma nuevo, tatúate, haz lo que tú quieras, pero recuerda como te dije al principio: hazlo por ti y no por los demá,s porque todo lo que hemos luchado y las lágrimas que hemos soltado han sido para curarnos, porque solo nos faltaba un empujón y lo conseguimos, Abby, somos la persona que queríamos ser.

Solo para terminar: Abby estoy orgullosa de lo que hemos logrado.

Con cariño,

Abby

Cuando terminé de escribir la carta, sentí que tocaban y abrían la puerta de mi pequeño despacho. Era Andy. En su mirada veía lo orgulloso que estaba de mí.

—Te están esperando, ¿estás lista?

Miré la carta en el escritorio, inspiré y le dije:

—Ahora sí.

Una amiga en la habitación 74

Una amiga en la habitación 74

SEGUNDO PREMIO DE RELATO
CATEGORÍA: ESO
Raquel Gil Morales. 2º C ESO. COLEGIO SANTA TERESA DE JESÚS


La cosa empezó cuando tenía seis años y mis padres empezaron a notar que me comportaba de manera extraña. Constantemente dibujaba monstros o personas sangrando, decía ver cosas que ellos no veían, tenía constantes pesadillas y, a veces, me inventaba muchos amigos imaginarios.

Primero me llevaron a un psicólogo, pero este dijo que no había nada de qué preocuparse, que a mi edad los niños tienen mucha imaginación y que posiblemente veía demasiada televisión.

Pasa un año, pasa otro y la cosa no cambió. Con ocho años volví al psicólogo. Esta vez era una mujer. Me hizo unas cuantas preguntas, me enseñó varios dibujos y así, estuve yendo una vez a la semana durante más o menos un mes, pues ella había llegado a una conclusión: tenía esquizofrenia.

En el colegio siempre había estado sola, no me gustaba mucho eso de socializarme, pero en general era tranquila. A los profesores les caía bien porque sacaba buenas notas; sin embargo, les daba pena verme sola.

Como a los nueve años aún no tenía ningún amigo intentaron juntarme con otras niñas, pero escogieron a las peores posibles, pues eran tan falsas y tan tontas que simplemente me daba rabia pero, obligada por los profesores, empezamos a juntarnos. Aunque no fue por esa experiencia por lo que acabé aquí, aunque, bueno, a lo mejor pasara lo que pasara iba a acabar aquí.

Un día pillé a una de estas chicas (si es que se les puede llamar así) hablando muy mal de mí, entonces mi querida cabeza me hizo una mala jugada porque, al ver a una niña tonta hablar mal de mí, empecé a ver una criatura humanoide diciéndome que no sirvo para nada. Entre el miedo y la rabia corrí hacia ella y cuando la tuve enfrente empecé a pegarle como si no hubiera un mañana. En el primer puñetazo la desconcerté, aproveché para empujarla y tirarla al suelo, luego me puse encima y comencé a darle su ración de paliza.

Dos de sus «amigas» me miraban perplejas con el miedo a flor de piel en toda la cara y la otra nada más ver el primer golpe salió corriendo a buscar ayuda, ya que poco después vino acompañada de la profesora, que me agarró muy enfadada y llamó a mis padres. Mientras esperaba vi como la niña a la que había pegado estaba toda despeluzada, llena de moretones, con la cara roja y sangrando por la nariz, y en ese momento pensé «¿de verdad he podido yo hacer eso?».

Después de que llamaran a mis padres nos fuimos en el coche con una tirantez inmensa en el aire. Ya en casa me dieron el almuerzo y me mandaron a mi cuarto; me dijeron que leyera o que hiciera algo tranquilo, ya que ellos iban a estar ocupados trabajando y no querían ninguna molestia.

Poco estaban trabajando porque se oía a mi madres desde la cocina haciendo una llamada con tono de preocupación. Esa noche no pude dormir, tenía demasiadas cosas en que pensar, lo que había visto, lo que había hecho, el daño que hice, la llamada de mi madre… me dieron ganas de que me tragara la tierra para no volver a salir.

Una semana después hicimos un viajecito en coche, le pregunté a mis padres a dónde íbamos, pero me dijeron que era una sorpresa, se limitaron a poner música y a esperar a que llegásemos.

Cuando llegamos no sabía qué pensar, era un edificio alto y blanco, y tenía un cartel en medio que ponía Centro Psiquiátrico Victor Hugo.

Estaba flipando: ¿me iban a llevar a un loquero? Les pregunté si era una broma o algo por el estilo (ya sabía la respuesta, pero siempre hay que tener un poco de esperanza) y claramente me lo negaron, les dije que pasaba de entrar allí, pero son tan tozudos que me acabaron llevando a rastras.

Ya dentro nos quedamos haciendo fila mientras yo rezaba porque no avanzara. Cuando llegó nuestro turno le entregamos unos documentos a la señora que atendía y luego me despedí de mis padres, ya que una de las trabajadoras me iba a enseñar el lugar.

La mujer no se extendió mucho, me enseñó el comedor, una habitación de juegos de mesa, un lugar insonorizado y acolchado al que me dijo que me iría si no me portaba bien (la típica cuidadora amargada, a la que no le gustan los niños). Por último, me enseñó mi habitación, la habitación 74, donde pasaría mi vida hasta el día de hoy.

La habitación en sí era un espacio de unos catorce metros cuadrados con una cama pequeña, una mesa en el centro y un armario de un metro de ancho y dos de alto. Claramente, aquello (porque de habitación nada) no tenía ni una sola ventana, supongo que para no me escapara y, con razón, porque aquello parecía una pesadilla, la peor de mi vida.

Durante el primer día intenté encontrar a alguien, a un aliado para que me ayudara y me defendiera. Tenía que ir preparándome para lo que me esperaba, no iba a ser una de esos idiotas que aceptan su destino con tanta facilidad.

En la hora de comer estuve analizando a las personas que había allí. No era conveniente volver a juntarme con un grupito. Entre los más cuerdos encontré a un chaval de más o menos mi edad (por cierto, ya tenía once años) encapuchado mirando hacia la comida, una niña de también parecida edad a la mía jugando con la comida con una cara de asco increíble y un niño de unos siete años jugando con unos legos.

Decidí ir a hablar con la niña que se moría del asco y sentarme a su lado. En el momento en que me vio venir, me echó un vistazo de arriba a abajo, una mirada de asco, y volvió a sus asuntos. Le pregunté que por qué estaba allí y me dijo que no era asunto mío, que no quería una molestia más en su vida; luego se fue a sentar a otra mesa, no sin antes decirme que tuviera cuidado.

Una semana después estaba sola, lo que me convertía en un blanco fácil.

En la hora del recreo, si es que se le puede decir recreo a una habitación blanca y aburrida con unos adultos monitoreando que nos termináramos la comida para después mandarnos a nuestro cuarto, estábamos comiendo tranquilamente hasta que vino la amargada a decirnos:

—¿Alguno de ustedes, desgraciados, ha metido una rana en la comida de Daniela Díaz? ¡Como encuentre a quien lo ha hecho lo va a pagar con una tardecita en la habitación de los que se portan mal!

Yo sabía que Daniela Díaz era una chica del típico grupito que por desgracia muchos tenemos que aguantar y pensé que le venía muy bien, ya que era casi tan falsa como las de mi antiguo colegio.

Miré a la niña en la que me había interesado hace una semana (que por cierto se llamaba María) y la vi con la mirada hacia abajo; era obvio que era la culpable, eso me atrajo más hacia ella y pensé que estaría bien tenerla como aliada.

No hizo falta mucho tiempo para descubrir que era ella, la vieron jugando con unas ranas en uno de los patios. Aquella chica era una ídola para mi allí, por lo que, sin pensarlo, cuando la estaban llevando para la habitación mientras ella negaba haber hecho nada grité:

—¡He sido yo! —María y la trabajadora me miraron perplejas, y esta me cogió del brazo mientras María me miraba con la culpabilidad en la cara.

Me llevó a la habitación y me soltó con desprecio. Por suerte, la habitación tenía una ventana, así que no estaría tan sola.

Poco después de que me metieran allí, vino María, me saludó y me sonrió. La primera vez que la vi sonreír fue aquella vez.

Estuve allí alrededor de unas tres horas y media y luego me dijeron que saliera y me portara bien.

Cuando salí de ahí ya eran las 6:30 de la tarde, por lo que tenía que estar ya en mi habitación. Llegué allí y tuve una de las mejores sorpresas de mi vida: María estaba allí dentro, sobre mi cama y cuando me senté al lado me dijo:

—Traté de suicidarme.

Mientras me enseñaba el brazo y veía una raja en su antebrazo, volvió a hablar para decirme:

—¿Y tú qué hiciste?

Y yo le dije:

—Destrocé a un monstruo.

Y así hice mi primera amiga en aquella cárcel.

Sobre ser artista

Sobre ser artista

PRIMER PREMIO DE RELATO
CATEGORÍA: ESO
Saray B. Castellano Rodríguez 4º C ESO. IES SANTIAGO SANTANA


Este relato no es entretenido ni inspirador, pero me ayuda a dormir por la noche.

¿Cómo nacen los artistas? Una pregunta difícil. ¿Eres un artista si haces una línea en un lienzo? ¿Eres un artista si escribes un poema para clase sobre una flor? ¿A eso se le puede llamar «arte»?

Víctor consideraba que los artistas nacían de las estrellas y la luna, de los arcoíris tras la tormenta, de las lágrimas, del sufrimiento, del dolor, de las risas, de la vida. La vida formaba a los artistas.

Sus ojos ahora se enfocaban en la página del ordenador: blanca, vacía, ansiosa por que escribiesen en ella. Sin embargo, nada parecía formarse en su cerebro.

Se colocó ambas manos en el rostro. En primer lugar, ¿por qué aceptó a participar en aquel concurso? Una tonta competición con el nombre de un escritor el cual le sonaba por ser famoso, sin siquiera haber leído nunca ningún libro suyo.

¿Él llegaría un día a ese punto?, ¿a estar alto, muy alto, que todo el mundo conociera su existencia debido a estar en boca de todos… que la gente leyese sus historias y se llenara de emoción por ellas… que los universos en su cabeza tuvieran importancia… que no fuesen una simple fantasía sin sentido que contaba, carente de personas que escuchasen con interés real?

Quería su nombre en luces. Que los niños del futuro le estudiasen en los libros de la escuela en clase de Literatura contra su voluntad. Se aburrirían de él, odiarían estudiar su temario, mas, como mínimo, sería relevante. Su único anhelo era dejar huella en la historia.

Apartó la silla giratoria de su escritorio extendiendo una mano hacia el techo de su cuarto. La brisa que se colaba por la ventana pasaba por sus dedos como si el cielo le estuviese llamando. ¿Debería dejar este sueño atrás? Si optaba por abandonarlo, habría elegido asentarse en una vida normal, una vida mediocre. Un trabajo en el que sería infeliz, una casa, una pareja que le haría la vida imposible, hijos que no podría criar bien y saldrían traumatizados o drogadictos o morirían antes de cumplir la mayoría de edad.

El ser humano no estaba hecho para tener responsabilidades en la espalda.

Levantándose de la silla, sus pies se arrastraron hacia la ventana. Se asomó por ella, observando el mundo que le rodeaba. Un mundo con experiencias que le esperaban, individuos que le dañarían y sujetos que le amarían, oportunidades a las que podría lanzarse. Todo se escapaba frente a él solo por perseguir un sueño. Un sueño que capaz nunca se hacía realidad.

Con ocho años, fantaseaba conque a los quince sería millonario, residiría con las estrellas, bailaría con los planetas. Los habitantes de esos lugares le idolatrarían por sus creaciones.

Con dieciséis estaba en su vida de siempre, sin esperanzas hacia el futuro, sin motivación para estudiar ni sacarse una carrera. Todos progresaban menos él. Había quedado estancado en la niñez, pero sabía que para él no había manera de avanzar.

Su cabeza fue hacia el sol, que le quemó las retinas. Poco incumbió eso. Pensó en reunirse con los ángeles, en huir de todo, ir de vuelta con quien, según su familia y los pastores de la iglesia, sentenció que estaría aquí, en este país, en esta ciudad.

La idea era tentadora.

A pesar de ello, por un motivo que ni él mismo supo, la rechazó. ¿Quizá era el último atisbo de cordura que le quedaba? ¿Quizá en el fondo tenía ganas de continuar en donde se le había puesto? No sabía por qué se negó.

Separándose de la ventana, por último, miró los «arañazos de gato» en sus brazos, decorando su pálida piel. Quería confiar en que estaría en uno de los primeros puestos de ese condenado concurso, que no sería como el fiasco de hace unos años. Era lo único que le quedaba. Esa ilusión era lo que le mantenía con vida. Ni sus padres, ni su hermana, ni sus amigos eran conscientes de ello. Solo él.

Andando de vuelta a su puesto de trabajo, cayó en la conclusión de que hasta soñar costaba dinero. Sus costillas crujieron cuando respiró hondo al sentarse. Sus brazos se estiraron al teclado, comenzando a escribir:

Era un artista, que por favor Dios lo perdonase.

Era un artista, que por favor no lo venerasen.

Era un artista, que por favor no lo respetasen.

Era un artista, que por favor se sintiesen libres de corregirle.

Un artista egocéntrico, un artista obsesionado consigo mismo.

Que, al final del día, solo era un niño. Muy probablemente superaría esa fase.

Y sonrió al ver la primera oración de su relato: «Este relato no es entretenido ni inspirador, pero me ayuda a dormir por la noche».

Las arenas del silencio

Las arenas del silencio

PRIMER PREMIO DE RELATO
CATEGORÍA: BACHILLERATO
Javier Socorro Castellano 1º de BACHILLERATO. COLEGIO SAN IGNACIO DE LOYOLA


Tras caminar un largo rato entre las dunas sintiendo con cada paso la arena ardiente, llegué a mi destino. El sol hacía brillar la arena como si fuera un mar cristalino cuyas olas se movían con el viento creando ondas y remolinos resplandecientes de fuego y diamante.

Me encontraba en la cima de una duna, y frente a mí había una gran bajada, como si alguien hubiera excavado un enorme agujero en medio del desierto. Debido a su profundidad, la sombra teñía el fondo, pues el sol ya se encontraba lejano del cenit anunciando la inminente llegada de la señora Nix y de su hermano Érebo.

En lo más profundo de este agujero se encontraban un par de obeliscos ruinosos que parecían derrelictos en el mar de arena, y entre las dos ruinas se hallaba una entrada. Antes de que llegase el poniente empecé a descender con el objetivo de penetrar en el subsuelo oculto bajo las dunas. Bajé con cuidado, pues el descenso era pronunciado, y cuando llegué al fondo ya era escasa la luz en el cielo. Lentamente me acerqué hasta la entrada y llenando de aire mis pulmones, me adentré en las dunas, dejando tras de mí el foso inundado por las sombras. Aseguré mi mochila sobre mis hombros y empecé a caminar por un estrecho pasillo excavado entre la arenisca.

Tras caminar unos cuantos metros en la penumbra, el pasillo se ensanchó y aunque no fuera visible, noté que este estaba ligeramente inclinado llevándome con cada paso más cerca del Hades. De repente, una hilera de antorchas en ambas paredes se encendieron iluminando el pasillo. Miré hacia atrás y no fui capaz de ver la entrada, miré hacia los lados y observé en las paredes una escritura muy particular que formaba espirales de jeroglíficos nunca antes vistos y, a su vez, esas espirales se ramificaban en otras hasta llenar las paredes.

Por último, miré hacia adelante y solo más pasillo me esperaban y darse la vuelta no era una opción. Tras caminar una cantidad de tiempo, que soy incapaz de estimar ahora, llegué a una estancia con una puerta de madera decrépita y polvorienta. Al abrirla, contemplé maravillada una ciudad  subterránea. Una gran cúpula protectora aguantaba el peso de la arena que había encima de mí.

Toda la ciudad estaba iluminada por antorchas, cada calle titilaba llena de puntitos de fuego. Las construcciones eran fastuosas, hechas de ladrillos pintados y madera, y decoradas con metales preciosos y las paredes de las casas estaban decoradas con aquellas espirales de jeroglíficos tan extraños. Parecía una Babilonia inmortalizada en el tiempo, como en un globo de nieve.

La cúpula estaba llena también de antorchas, que se juntaban para hacer curiosas constelaciones diferentes a las que conocía, algunas, cuyas estrellas no se podían ver a simple vista en el cielo nocturno, revelaban que quienes habitaron la ciudad poseían conocimientos de astronomía.

En el centro de la ciudad se erigía una gran fuente hecha de lapislázuli y decorada con esmeraldas. Al llegar a ella noté que las amplias calles estaban llenas de diferentes objetos como ropa tendida o cántaros, pero no había ningún rastro de vida. Parecía como si todos los habitantes de la ciudad hubieran desaparecido de un momento a otro, dejando la ciudad sin nombre bajo la arena congelada en el tiempo. En medio de la fuente había un agujero excavado en el suelo y una escalera de mano que bajaba hasta profundidades desconocidas.

Impulsada por una apasionada curiosidad, descendí por la escalera hasta tocar el suelo. En las profundidades se encontraba otro pasillo, pero este no se parecía a los anteriores. Era un pasillo angosto, cuyas paredes eran púrpuras de piedra pórfido, y en el techo resplandecían miles de puntitos con una luz pálida y azulada, que formaban las mismas constelaciones que había podido admirar antes. Estos puntos brillaban inexplicablemente, pues no había fuente ninguna de luz. Por las paredes trepaban y se retorcían unas estructuras desconocidas que desprendían un olor fétido con apariencia de carne podrida que conducían hasta los adentros del pasillo.

Caminé por la oscuridad hasta toparme con una estancia cúbica en cuyo final había una gran puerta, esta vez de piedra y llena de aquellos jeroglíficos indescifrables. Todas las ramas del pasillo convergían sobre un altar con un gran cuenco de pórfido en el que había varias manchas secas de un líquido bermejo. De ese altar volvían a crecer las ramas, conectadas ahora con la pétrea puerta, pero esta vez mucho más gruesas y pulsantes, como si la sustancia que las formaba estuviera viva de nuevo y por estas fluía un líquido rojo que brillaba con la luz pálida.

Sin saber por qué, saqué un cuchillo de mi mochila. Motivada por un ignoto delirio, hice un amplio corte en mi muñeca y dejé caer en el cuenco del altar la sangre, que fue absorbida por la piedra, y las ramas crecieron aún más vigorosas. Los jeroglíficos brillaron de rojo y la puerta se abrió, y entré en la que conocería luego como la Cripta del Sueño. La nueva estancia era circular, vacua, con las paredes grabadas con jeroglíficos y llena de una niebla negra. En el centro de la estancia no había nada más que una raída túnica negra tirada en el suelo y, a su alrededor, varios huesos esparcidos. Cuando entré, la túnica se cubrió de niebla negra con un grave retumbar. Una voz que parecía venir de todos lados, y de ninguno al mismo tiempo, dijo:

—¿Quién tiene la osadía de, en este maldito día, mi silencio corromper? La Gran Voluntad castigo ordena y yo lo otorgaré sin pena. No importa si viniste en busca de gloria o sapiencia, tus ojos solo conocerán demencia, solo te espera el vagar y el doler.

Detrás de mí apareció la túnica rodeada de niebla oscura que unió los huesos y los envolvió en la túnica hasta formar un esqueleto enlazado entre sí por un éter corrupto y sombrío. La capucha de la túnica se acercó a mi cara, revelando la oscuridad absoluta en su interior.

De esta oscuridad emergieron tres pares de ojos y dos bocas en extremos opuestos, de manera que la tétrica faz era totalmente simétrica. Los ojos se abrieron y las bocas sonrieron desvelando el horror del rostro. Un par de ojos eran humanos, pero carecían de vida, como si fueran de cristal, y sus pupilas eran completamente negras. El par inferior eran ojos de oveja ensangrentados, con pupilas horizontales que brillaban llenas de puntos, como si el cosmos se reflejase en su interior. El par superior eran de serpiente, con finas pupilas verticales que centelleaban rojas como el fuego.

La boca inferior estaba llena de dientes grotescos y ensangrentados, mientras que la boca superior sonreía revelando una perfecta dentadura llena de dientes enjoyados. La figura sombría agarró de las tinieblas dos guadañas. Una tenía un mango de marfil lleno de jeroglíficos y una hoja afilada de oro. La otra era de ébano retorcido y sanguinolento con una hoja serrada de plata. Sus ojos me miraron y sus bocas se movieron.

-Soy La nodriza de la sangre, guardiana y señora del cruce entre la realidad y el Sueño. Te espera el mismo destino que a todos aquellos que una vez se atrevieron a corromper mi soledad. Vosotros, humanos pútridos, estáis llenos de orgullo y avaricia y siempre buscáis poder más digno del que merecéis; sin embargo, no se permitirá que el poder divino descanse en vuestros brazos y, por eso, la desolación de vuestra memoria os haré conocer. Nosotros los Ascendidos creamos vuestras galaxias y aun así os atrevéis a buscar nuestra bendición, a jugar con poderes que nunca seréis capaces de entender. Vuestra realidad solo existe porque hay palabras que le dan nombre y por eso os maldigo a vagar por la eternidad por las arenas del silencio, donde la palabra será borrada y donde vuestra existencia será ilusoria, pues la arena os habrá olvidado y el viento se habrá llevado vuestro nombre. Nunca conocerás el amparo del velo del Sueño.

Tras esto, acarició mi boca con su guadaña de ébano y cerró mis ojos. Desperté en el desierto. De esto hace quizás siglos o meros minutos, soy incapaz de estimarlo. No sé cuánto tiempo llevo vagando por las dunas. No he vuelto a ver a Nix ni a Érebo. Solo he encontrado arena, solo me ha acompañado el viento.

Escribo mi historia con la esperanza de que este manuscrito viaje por las interminables y despiadadas corrientes de este lugar hacia algún otro sitio, y de que, con suerte, mi historia viva más de lo que yo podré ser capaz. La arena arde y el viento quema mi cara. Si alguien encuentra esto, acordaos de mí, recordad la palabra que me evoca, porque esa será la única forma de existir fuera de este lugar.                                              Firmado: Sin Nombre…