Las arenas del silencio

Las arenas del silencio

PRIMER PREMIO DE RELATO
CATEGORÍA: BACHILLERATO
Javier Socorro Castellano 1º de BACHILLERATO. COLEGIO SAN IGNACIO DE LOYOLA


Tras caminar un largo rato entre las dunas sintiendo con cada paso la arena ardiente, llegué a mi destino. El sol hacía brillar la arena como si fuera un mar cristalino cuyas olas se movían con el viento creando ondas y remolinos resplandecientes de fuego y diamante.

Me encontraba en la cima de una duna, y frente a mí había una gran bajada, como si alguien hubiera excavado un enorme agujero en medio del desierto. Debido a su profundidad, la sombra teñía el fondo, pues el sol ya se encontraba lejano del cenit anunciando la inminente llegada de la señora Nix y de su hermano Érebo.

En lo más profundo de este agujero se encontraban un par de obeliscos ruinosos que parecían derrelictos en el mar de arena, y entre las dos ruinas se hallaba una entrada. Antes de que llegase el poniente empecé a descender con el objetivo de penetrar en el subsuelo oculto bajo las dunas. Bajé con cuidado, pues el descenso era pronunciado, y cuando llegué al fondo ya era escasa la luz en el cielo. Lentamente me acerqué hasta la entrada y llenando de aire mis pulmones, me adentré en las dunas, dejando tras de mí el foso inundado por las sombras. Aseguré mi mochila sobre mis hombros y empecé a caminar por un estrecho pasillo excavado entre la arenisca.

Tras caminar unos cuantos metros en la penumbra, el pasillo se ensanchó y aunque no fuera visible, noté que este estaba ligeramente inclinado llevándome con cada paso más cerca del Hades. De repente, una hilera de antorchas en ambas paredes se encendieron iluminando el pasillo. Miré hacia atrás y no fui capaz de ver la entrada, miré hacia los lados y observé en las paredes una escritura muy particular que formaba espirales de jeroglíficos nunca antes vistos y, a su vez, esas espirales se ramificaban en otras hasta llenar las paredes.

Por último, miré hacia adelante y solo más pasillo me esperaban y darse la vuelta no era una opción. Tras caminar una cantidad de tiempo, que soy incapaz de estimar ahora, llegué a una estancia con una puerta de madera decrépita y polvorienta. Al abrirla, contemplé maravillada una ciudad  subterránea. Una gran cúpula protectora aguantaba el peso de la arena que había encima de mí.

Toda la ciudad estaba iluminada por antorchas, cada calle titilaba llena de puntitos de fuego. Las construcciones eran fastuosas, hechas de ladrillos pintados y madera, y decoradas con metales preciosos y las paredes de las casas estaban decoradas con aquellas espirales de jeroglíficos tan extraños. Parecía una Babilonia inmortalizada en el tiempo, como en un globo de nieve.

La cúpula estaba llena también de antorchas, que se juntaban para hacer curiosas constelaciones diferentes a las que conocía, algunas, cuyas estrellas no se podían ver a simple vista en el cielo nocturno, revelaban que quienes habitaron la ciudad poseían conocimientos de astronomía.

En el centro de la ciudad se erigía una gran fuente hecha de lapislázuli y decorada con esmeraldas. Al llegar a ella noté que las amplias calles estaban llenas de diferentes objetos como ropa tendida o cántaros, pero no había ningún rastro de vida. Parecía como si todos los habitantes de la ciudad hubieran desaparecido de un momento a otro, dejando la ciudad sin nombre bajo la arena congelada en el tiempo. En medio de la fuente había un agujero excavado en el suelo y una escalera de mano que bajaba hasta profundidades desconocidas.

Impulsada por una apasionada curiosidad, descendí por la escalera hasta tocar el suelo. En las profundidades se encontraba otro pasillo, pero este no se parecía a los anteriores. Era un pasillo angosto, cuyas paredes eran púrpuras de piedra pórfido, y en el techo resplandecían miles de puntitos con una luz pálida y azulada, que formaban las mismas constelaciones que había podido admirar antes. Estos puntos brillaban inexplicablemente, pues no había fuente ninguna de luz. Por las paredes trepaban y se retorcían unas estructuras desconocidas que desprendían un olor fétido con apariencia de carne podrida que conducían hasta los adentros del pasillo.

Caminé por la oscuridad hasta toparme con una estancia cúbica en cuyo final había una gran puerta, esta vez de piedra y llena de aquellos jeroglíficos indescifrables. Todas las ramas del pasillo convergían sobre un altar con un gran cuenco de pórfido en el que había varias manchas secas de un líquido bermejo. De ese altar volvían a crecer las ramas, conectadas ahora con la pétrea puerta, pero esta vez mucho más gruesas y pulsantes, como si la sustancia que las formaba estuviera viva de nuevo y por estas fluía un líquido rojo que brillaba con la luz pálida.

Sin saber por qué, saqué un cuchillo de mi mochila. Motivada por un ignoto delirio, hice un amplio corte en mi muñeca y dejé caer en el cuenco del altar la sangre, que fue absorbida por la piedra, y las ramas crecieron aún más vigorosas. Los jeroglíficos brillaron de rojo y la puerta se abrió, y entré en la que conocería luego como la Cripta del Sueño. La nueva estancia era circular, vacua, con las paredes grabadas con jeroglíficos y llena de una niebla negra. En el centro de la estancia no había nada más que una raída túnica negra tirada en el suelo y, a su alrededor, varios huesos esparcidos. Cuando entré, la túnica se cubrió de niebla negra con un grave retumbar. Una voz que parecía venir de todos lados, y de ninguno al mismo tiempo, dijo:

—¿Quién tiene la osadía de, en este maldito día, mi silencio corromper? La Gran Voluntad castigo ordena y yo lo otorgaré sin pena. No importa si viniste en busca de gloria o sapiencia, tus ojos solo conocerán demencia, solo te espera el vagar y el doler.

Detrás de mí apareció la túnica rodeada de niebla oscura que unió los huesos y los envolvió en la túnica hasta formar un esqueleto enlazado entre sí por un éter corrupto y sombrío. La capucha de la túnica se acercó a mi cara, revelando la oscuridad absoluta en su interior.

De esta oscuridad emergieron tres pares de ojos y dos bocas en extremos opuestos, de manera que la tétrica faz era totalmente simétrica. Los ojos se abrieron y las bocas sonrieron desvelando el horror del rostro. Un par de ojos eran humanos, pero carecían de vida, como si fueran de cristal, y sus pupilas eran completamente negras. El par inferior eran ojos de oveja ensangrentados, con pupilas horizontales que brillaban llenas de puntos, como si el cosmos se reflejase en su interior. El par superior eran de serpiente, con finas pupilas verticales que centelleaban rojas como el fuego.

La boca inferior estaba llena de dientes grotescos y ensangrentados, mientras que la boca superior sonreía revelando una perfecta dentadura llena de dientes enjoyados. La figura sombría agarró de las tinieblas dos guadañas. Una tenía un mango de marfil lleno de jeroglíficos y una hoja afilada de oro. La otra era de ébano retorcido y sanguinolento con una hoja serrada de plata. Sus ojos me miraron y sus bocas se movieron.

-Soy La nodriza de la sangre, guardiana y señora del cruce entre la realidad y el Sueño. Te espera el mismo destino que a todos aquellos que una vez se atrevieron a corromper mi soledad. Vosotros, humanos pútridos, estáis llenos de orgullo y avaricia y siempre buscáis poder más digno del que merecéis; sin embargo, no se permitirá que el poder divino descanse en vuestros brazos y, por eso, la desolación de vuestra memoria os haré conocer. Nosotros los Ascendidos creamos vuestras galaxias y aun así os atrevéis a buscar nuestra bendición, a jugar con poderes que nunca seréis capaces de entender. Vuestra realidad solo existe porque hay palabras que le dan nombre y por eso os maldigo a vagar por la eternidad por las arenas del silencio, donde la palabra será borrada y donde vuestra existencia será ilusoria, pues la arena os habrá olvidado y el viento se habrá llevado vuestro nombre. Nunca conocerás el amparo del velo del Sueño.

Tras esto, acarició mi boca con su guadaña de ébano y cerró mis ojos. Desperté en el desierto. De esto hace quizás siglos o meros minutos, soy incapaz de estimarlo. No sé cuánto tiempo llevo vagando por las dunas. No he vuelto a ver a Nix ni a Érebo. Solo he encontrado arena, solo me ha acompañado el viento.

Escribo mi historia con la esperanza de que este manuscrito viaje por las interminables y despiadadas corrientes de este lugar hacia algún otro sitio, y de que, con suerte, mi historia viva más de lo que yo podré ser capaz. La arena arde y el viento quema mi cara. Si alguien encuentra esto, acordaos de mí, recordad la palabra que me evoca, porque esa será la única forma de existir fuera de este lugar.                                              Firmado: Sin Nombre…