Sobre ser artista

Sobre ser artista

PRIMER PREMIO DE RELATO
CATEGORÍA: ESO
Saray B. Castellano Rodríguez 4º C ESO. IES SANTIAGO SANTANA


Este relato no es entretenido ni inspirador, pero me ayuda a dormir por la noche.

¿Cómo nacen los artistas? Una pregunta difícil. ¿Eres un artista si haces una línea en un lienzo? ¿Eres un artista si escribes un poema para clase sobre una flor? ¿A eso se le puede llamar «arte»?

Víctor consideraba que los artistas nacían de las estrellas y la luna, de los arcoíris tras la tormenta, de las lágrimas, del sufrimiento, del dolor, de las risas, de la vida. La vida formaba a los artistas.

Sus ojos ahora se enfocaban en la página del ordenador: blanca, vacía, ansiosa por que escribiesen en ella. Sin embargo, nada parecía formarse en su cerebro.

Se colocó ambas manos en el rostro. En primer lugar, ¿por qué aceptó a participar en aquel concurso? Una tonta competición con el nombre de un escritor el cual le sonaba por ser famoso, sin siquiera haber leído nunca ningún libro suyo.

¿Él llegaría un día a ese punto?, ¿a estar alto, muy alto, que todo el mundo conociera su existencia debido a estar en boca de todos… que la gente leyese sus historias y se llenara de emoción por ellas… que los universos en su cabeza tuvieran importancia… que no fuesen una simple fantasía sin sentido que contaba, carente de personas que escuchasen con interés real?

Quería su nombre en luces. Que los niños del futuro le estudiasen en los libros de la escuela en clase de Literatura contra su voluntad. Se aburrirían de él, odiarían estudiar su temario, mas, como mínimo, sería relevante. Su único anhelo era dejar huella en la historia.

Apartó la silla giratoria de su escritorio extendiendo una mano hacia el techo de su cuarto. La brisa que se colaba por la ventana pasaba por sus dedos como si el cielo le estuviese llamando. ¿Debería dejar este sueño atrás? Si optaba por abandonarlo, habría elegido asentarse en una vida normal, una vida mediocre. Un trabajo en el que sería infeliz, una casa, una pareja que le haría la vida imposible, hijos que no podría criar bien y saldrían traumatizados o drogadictos o morirían antes de cumplir la mayoría de edad.

El ser humano no estaba hecho para tener responsabilidades en la espalda.

Levantándose de la silla, sus pies se arrastraron hacia la ventana. Se asomó por ella, observando el mundo que le rodeaba. Un mundo con experiencias que le esperaban, individuos que le dañarían y sujetos que le amarían, oportunidades a las que podría lanzarse. Todo se escapaba frente a él solo por perseguir un sueño. Un sueño que capaz nunca se hacía realidad.

Con ocho años, fantaseaba conque a los quince sería millonario, residiría con las estrellas, bailaría con los planetas. Los habitantes de esos lugares le idolatrarían por sus creaciones.

Con dieciséis estaba en su vida de siempre, sin esperanzas hacia el futuro, sin motivación para estudiar ni sacarse una carrera. Todos progresaban menos él. Había quedado estancado en la niñez, pero sabía que para él no había manera de avanzar.

Su cabeza fue hacia el sol, que le quemó las retinas. Poco incumbió eso. Pensó en reunirse con los ángeles, en huir de todo, ir de vuelta con quien, según su familia y los pastores de la iglesia, sentenció que estaría aquí, en este país, en esta ciudad.

La idea era tentadora.

A pesar de ello, por un motivo que ni él mismo supo, la rechazó. ¿Quizá era el último atisbo de cordura que le quedaba? ¿Quizá en el fondo tenía ganas de continuar en donde se le había puesto? No sabía por qué se negó.

Separándose de la ventana, por último, miró los «arañazos de gato» en sus brazos, decorando su pálida piel. Quería confiar en que estaría en uno de los primeros puestos de ese condenado concurso, que no sería como el fiasco de hace unos años. Era lo único que le quedaba. Esa ilusión era lo que le mantenía con vida. Ni sus padres, ni su hermana, ni sus amigos eran conscientes de ello. Solo él.

Andando de vuelta a su puesto de trabajo, cayó en la conclusión de que hasta soñar costaba dinero. Sus costillas crujieron cuando respiró hondo al sentarse. Sus brazos se estiraron al teclado, comenzando a escribir:

Era un artista, que por favor Dios lo perdonase.

Era un artista, que por favor no lo venerasen.

Era un artista, que por favor no lo respetasen.

Era un artista, que por favor se sintiesen libres de corregirle.

Un artista egocéntrico, un artista obsesionado consigo mismo.

Que, al final del día, solo era un niño. Muy probablemente superaría esa fase.

Y sonrió al ver la primera oración de su relato: «Este relato no es entretenido ni inspirador, pero me ayuda a dormir por la noche».